ANTONIO ASTORGA
Actualizado 09/06/2007 - 08:25:10
Luchando contra el
dolor y la miseria a sus 12 años, Carlos Seco Serrano se hizo hombre para
sustentar a su familia, sumida por la incivil guerra de la indigencia. Desterró
el rencor y desde su indiscutible autoridad ética y moral analiza la España de
hoy al hilo de la de «Alfonso XII» (Ariel), su nueva e imprescindible obra.
-Hace más de un siglo
Cánovas abrió un prolongado paréntesis al cainismo. ¿Cree que los exaltados se
convencerán de que la verdadera democracia descansa sobre la prudencia?
-Esperemos que sí,
pero la verdad es que no me fío mucho.
-¿Por qué se sigue
cultivando el odio tras una ejemplar Transición que puso fin a la Guerra Civil
reconciliando a los españoles?
-Ese odio es lo que me parece absolutamente
negativo. La Transición fue uno de los capítulos de nuestra Historia que más
nos pueden enorgullecer, o el que más. Y lo que tenemos que agradecer al Rey y
al presidente Suárez -que ahora está muy olvidado, pero que realmente fue
esencial- es una cosa que no se debe borrar. Me parece lamentable el intento de
revisar lo que fue la Transición, porque la Transición fue ejemplar.
-¿La sombra de Caín se
alarga sobre esta España actual?
-Puede que me
equivoque, pero tengo esa sensación de que la sombra de Caín siempre está
presente entre nosotros.
-¿Incluso entre los
que están en el poder que se afanan en remover la memoria del terror?
-Yo soy historiador,
de modo que no puedo rechazar la memoria histórica. Lo que no puedo es aceptar
una memoria histórica totalmente parcial. Un historiador no puede concebir la
Historia como un enfrentamiento entre buenos y malos. La misión del historiador
está precisamente en buscar o entender la razón de unos y de otros. Cada uno
tiene su razón, y el historiador no puede inclinarse por una o por la otra,
simplemente tiene que reflejar lo que es la razón de las fuerzas enfrentadas.
-¿La sombra de Caín se
proyecta directamente sobre Zapatero?
-Creo que Rodríguez
Zapatero es buena persona, de modo que no quiero decir una cosa como esa con
respecto a él.
-¿El gran problema de
los españoles es que «no hemos sabido digerir nuestra historia»?
-Una de las cosas de
las que estoy más orgulloso es haber podido tratar como amigo y admirador a
Emilio García Gómez. Y tenía toda la razón en eso.
-Para Zapatero la
Transición debió consistir, por parte de la España vencedora, en el contrito
reconocimiento de que la razón estaba con la España vencida; y de que sólo en
aquella -la vencedora- hubo crímenes y represión...
-Por supuesto que en
eso no puedo estar de acuerdo. Y mire usted que por mis condiciones personales
podía definirme de una manera parecida a la de Zapatero. El presidente del
Gobierno tiene una herida familiar de la que no quiere curarse. Siempre he
visto la Guerra Civil como una guerra en la que la culpa la tuvieron unos y
otros. No salvo ni a los de la derecha ni a los de la izquierda, y hay que
evitar poder llegar otra vez a una situación como esa.
-¿El rencor debe estar
excluido en quien gobierna una nación?
-Por supuesto.
-La guerra incivil
(como llamó a la tragedia Unamuno) le estalló a usted cuando tenía doce años,
en Melilla.
-La viví de lleno
porque incluso yo vi declarar el estado de guerra debajo de los balcones de mi
casa. Vivíamos en unos pabellones militares, calle por medio de la Comandancia
General, y allí bajo nuestros balcones se leyó el documento en el que se
declaraba el estado de guerra. Recuerdo que lo hizo don Julio Latorre, que era
entonces teniente de la Legión, luego llegó a ser general y hasta Capitán
General de Madrid, y que era muy amigo de mi casa. La guerra civil la he vivido
muy duramente, y como pocos.
-El alzamiento supuso
la pérdida de un padre ejemplar para usted, cuyo único delito fue mantenerse
fiel a su superior.
-Mi padre era un
militar absolutamente ajeno a la política, pero con una gran lealtad a su jefe,
el general Romerales, al que yo conocí muy bien, era una persona excelente,
pero tenía una desgracia: era amigo de Azaña con quien coincidió en el colegio
de los agustinos de El Escorial. Azaña confiaba en él, y el general era leal a
Azaña, y claro cuando se produjo el 17 de julio el gran enemigo era Romerales.
Mi padre, que no entraba ni salía en juegos políticos, era un hombre leal a su
general, y cuando los conjurados entraron en el despacho de Romerales en la
Comandancia de Melilla, el general se rodeó de los militares amigos en los que
creía y podía confiar cuando tuvo noticia de que se preparaba un golpe. Los que
entraron en el despacho destituyeron al general, que a la semana fue fusilado.
Y a los que estaban allí les preguntaron: ¿están con nosotros o con el general?
Mi padre se limitó a decir que estaba a las órdenes del general, y le costó la
vida.
-¿Sería conveniente un
turno de Gobierno en la España actual?
-Eso es inevitable,
depende de las urnas. Y afortunadamente ahora ya estamos en una época en que
las urnas son sinceras y el sufragio es sincero, y por consiguiente estamos en
una democracia auténtica, y cuando no nos gusta una orientación política que esté
en el poder es cuestión de esperar la ocasión para desterrarla de donde está,
sin más algaradas.
-¿Como en las
municipales?
-El resultado de las
elecciones municipales, sobre todo en Madrid, ha sido muy significativo. Soy un
admirador de Ruiz-Gallardón, si no fuera que a veces se empecina demasiado. Y
soy muy admirador y amigo de Esperanza Aguirre, que me parece una mujer
extraordinaria, con equilibrio y serenidad de criterio.
-¿El caso De Juana le
ha podido pasar factura al PSOE el 27-M?
-Yo creo que sí porque
es un caso que ha impactado mucho en la opinión general del país.
-¿Cree usted que el
resultado de la municipales es un preludio de cambio en el Gobierno ante las
generales que se avecinan?
-Yo creo que sí,
probablemente habrá un cambio en las próximas elecciones. Esta especie de
consulta general que ha tenido lugar con motivo de las elecciones municipales
me parece que preludia un cambio de situación en el Gobierno.
-¿Se «empecina»
Gallardón al querer ir en la lista de Rajoy?
-Ruiz-Gallardón nunca
oculta sus ambiciones. En tiempos dijo que él quería ser presidente del
Gobierno, pues claro todos los políticos quieren serlo, pero el único que lo
dice con sinceridad es él, así que me parece lógico que piense así, y me parece
normal que lo piense.
-¿La España de
«Alfonso XII» (Ariel), que usted estudia en profundidad en su nuevo libro,
habría que reivindicarla para la España convulsa y amenazada de hoy?
-Creo que sí. Siempre
he sido un gran admirador de Cánovas, el máximo estadista español de nuestra
época contemporánea. Y Alfonso XII, un rey muy inteligente y culto, tenía
además una virtud que hay que resaltar: su sentido de la lealtad, que profesó
siempre a Cánovas, y que iba tan lejos como para a veces contradecir a Cánovas
en beneficio del propio Cánovas. Y esa lealtad también se extendía, por
supuesto, al general Martínez Campos, que fue el hombre que realmente le puso
en el trono. Pero lo que llama la atención de Alfonso XII es que siendo muy
joven atesora una cultura insólita con respecto a quienes le precedieron en el
trono. Se formó en los centros vitales de Europa. Cuando es adolescente emigra
a Francia, Suiza, Austria, estudia en el Theresianum y en Sandhurts. Reúne un
cosmopolitismo que le da una visión de conjunto mucho más amplia que la de sus
antecesores.
-¿No existen
posibilidades de Gobierno sin «transacciones justas, lícitas, honradas e
inteligentes», como sostenía Cánovas?
-Es un lema que
siempre debían tenerlo en cuenta muchos estadistas, o supuestos estadistas, de
nuestro tiempo.
-En contraste con
Cánovas, Azaña optó por la intransigencia.
-Ese es el gran error
de Azaña, aunque sus panegiristas a lo mejor se lo elogian, pero me parece un
gran error. Fundamentalmente hay que tener presente todo lo que viene de atrás,
todo lo que hay de razón en la herencia histórica, y romper bruscamente con
todo lo pasado, como quiso Azaña. Fue uno de sus grandes errores.
-¿Cree usted que
pervive esa intransigencia en la política de hoy?
-En eso
afortunadamente hemos avanzado mucho, pero hay criterios de intransigencia,
sobre todo en las formas, que no me gustan. En ese sentido me he permitido,
aunque no logré publicarlo, llamarle la atención con todos mis respetos (
porque creo que es una figura muy importante de la vida española) al propio
Rajoy, por esa tendencia suya a contestar a cualquier intento transaccionista
por parte de sus adversarios políticos con un palo.
-La eclosión
democrática fue posible en todos los sentidos...
-Bueno, no se puede
hablar con exactitud de una democracia en un país que tenía unos
condicionamientos sociales que había que superar. Pero en cambio hay una cosa
que es efectiva en la época de Cánovas: hay un liberalismo en el sentido moral
y cultural que abre una de las etapas más positivas de la Historia española. La
etapa de paz de Cánovas o «la paz chiquita», como la llamó Laín. Pues no era
tan chiquita esa paz que abrió Cánovas entre los españoles tras un siglo de
contienda civil. Se prolongó hasta el final del reinado de Alfonso XIII. Y esa
paz dio paso a la «edad de plata» de la cultura española, aunque yo siempre he
dicho que habría que calificarla como segunda Edad de Oro, porque es una época
extraordinaria que reúne tres generaciones: la del 98, la del 14 y la del 27,
que aún no han sido superadas.
-El sistema encarnado
por Azaña (la II República) apenas vivió un lustro y desembocó en la peor de
nuestras guerras civiles. ¿Hay que fomentar empresas políticas de paz como la
canovista?
-Sin duda. En cierto
modo reconozco la valía intelectual de Azaña, lo que era la ambición de su
empresa política, pero se equivocó en esa manera de conducirse mediante una
ruptura radical con todo lo anterior. Fue su gran error y lo que condujo a la
crisis final.
-Don Alfonso XII
tenía, como Cánovas, una exacta noción de la realidad: la templanza precisa
para no dejarse arrastrar por falsas y peligrosas exaltaciones de un
patriotismo a lo «marcha de Cádiz».
-Bueno, creo que me
entenderán con lo de «marcha de Cádiz». Él era un hombre con una ponderación
extraordinaria que se manifiesta sobre todo en sus facetas diplomáticas: en su
aproximación a Alemania en un momento en que Francia no era precisamente una
gran amiga. Conocía perfectamente Europa, era un rey intelectual y eso le
ayudaba muchísimo.
-En el reinado de
Alfonso XII las tensiones y los pronunciamientos del periodo isabelino quedaron
desplazados por la colaboración constructiva, sobre una plataforma de básico
acuerdo: la lealtad a la nueva Monarquía.
-Eso también se debe a
que hay una nueva generación en el ciclo de lo que Jesús Pabón llamó «la etapa
histórica de los generales». El general Martínez Campos no era un Espartero ni
mucho menos. No tenía ambición política, y que se limitó a precipitar la
Restauración porque ésta de todas maneras hubiera llegado por los procedimientos
que prefería Cánovas: un Parlamento que trajera la Monarquía.
-El «sistema» creado
por Cánovas cerró una Guerra Civil y duró más de medio siglo...
-...Es una insólita
etapa de paz civil, de prosperidad y de progreso en todos los órdenes.
-Aunque partió de unas
«lacras» iniciales y heredadas.
-La gran virtud de
Cánovas del Castillo y el canovismo es el sentido de la transacción y de la
convivencia, cosa que no suele abundar mucho en los Gobiernos que hoy en día se
llevan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario