jueves, 8 de noviembre de 2012

Triste episodio



 Artur Mas ha emprendido fuera de Cataluña una campaña de información que se corresponde al milímetro con otra de absoluta desinformación dentro de Cataluña. Y lo sucedido ayer en Bruselas lo demuestra de una manera penosa.
El líder independentista se presentó en el corazón político y administrativo de la UE con la intención de explicar su proyecto y con la esperanza de ser mejor entendido allí de lo que lo es en el resto de España. Fracaso total.
Rodeado de periodistas y eurodiputados a los que nunca podría tildar de enemigos españolistas por la sencilla razón de que no eran españoles, el señor Mas recibió un baño de escepticismo que alcanzó inesperados niveles de crudeza. De crueldad, casi de ofensa.
Independientemente de la descalificación moral que comportó alguna pregunta, la cuestión que ayer se le estampó sin piedad una y otra vez ante la cara fue la obvia: la consulta que pretende usted hacer a los catalanes, incluso la idea que les está transmitiendo para recibir un apoyo masivo en las elecciones, son falsas. Así de claro.
Que eso se le haya recordado ya mil veces desde España le importa menos, seguramente, porque siempre puede espantar de un manotazo la advertencia descalificándola como el discurso del miedo. Pero que eso mismo se le diga en la propia Bruselas tiene una dimensión que ni siquiera él va a poder ignorar.
Y resultó notable, pero en el fondo muy triste, el espectáculo de verle aceptar en público que a lo mejor es imposible que Cataluña siga dentro de la UE si se separa de España. Y no sólo eso: oírle decir que, en ese caso, la estrategia montada a todo trapo por la que él encabezaría la «marcha» de su pueblo «hacia la libertad», tendría que ser modificada.
Claro, o retirada, o disfrazada, o incluso escondida. Porque, si desaparece, como por fin se ha dado cuenta ya de que desaparece, el paraguas-coartada de la pertenencia a la UE ¿qué ofrece el señor Mas a los ciudadanos? Pues les ofrece primero el conflicto, la tensión, el desgarro y la quiebra interna. Y luego, superado ese dramático trago, lo que les ofrece es la pequeñez, la irrelevancia y el vacío de muchos años.
Será independentista, pero es un dirigente español el que ha tenido que oír preguntas que en sí mismas son una descalificación radical de su apuesta: que si ha explicado a sus ciudadanos la verdad de lo que les está planteando. Y lo peor, la respuesta: se lo explicaremos. Lo dijo en futuro, un modo de admitir que no se lo ha explicado aún. Quizá porque ni siquiera él se había informado. Pero eso demostraría una supina irresponsabilidad y una talla política alarmantemente corta.
El caso es que la campaña no ha empezado y los mimbres con la que estaba tejida ya se le están cayendo a trozos, tanto más a la vista del público cuanto más se mueve fuera de su territorio. ¿Acabará apelando al rencor?
VICTORIA PREGO.- El Mundo.

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